lunes, 15 de noviembre de 2010

AGUIRRE, LA COLERA DE DIOS


AGUIRRE, LA CÓLERA DE DIOS

En 1972 el realizador y guionista alemán Werner Herzog terminaba y lanzaba a la gran pantalla el filme sobre la conquista de América titulado Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre, der zorn gottes).

Esta película épica está basada en las expediciones de Gonzalo Pizarro en busca de El Dorado, un supuesto país forjado en oro, invento de los aborígenes americanos, oprimidos, explotados y esclavizados por los caballeros castellanos que se desparramaron en busca y colonización de las tierras del nuevo mundo.

Esta obra de 90 minutos de duración fue producida íntegramente con capital alemán, bajo la productora del propio director, la Werner Herzog Film Produktion, pero su elenco de actores estuvo compuesto por hispanos, brasileños, alemanes e indios de la Cooperativa Lauramarca que fueron contratados para reproducir, fielmente, aquello que ya les había ocurrido a sus antepasados apenas cuatro siglos antes.

Herzog se dio a conocer al cine internacional con esta primera obra épica, y su rodaje no llegó a ser en ningún momento un camino de rosas.
El primer obstáculo que se encontró fue la selva del Perú, un enjambre de árboles, humedad e insectos que hicieron de los días de rodaje un infierno particular para todo el equipo, el segundo obstáculo fue nada menos que la difícil personalidad del protagonista de la obra, el complicado Klaus Kinski, con sus arrebatos de megalomanía que sembraron una auténtica marejadilla durante el rodaje.

Kinski llegó a entablar una agria disconformidad con el director que, según cuentan, terminó a punta de pistola. Los propios indios, unas cuarenta personas que representaron a los esclavos de Pizarro, llegaron a asegurar a Herzog que asesinarían sin ningún escrúpulo y sin que nadie se enterara a Kinski.
Sin embargo el resultado final es muy alentador.

Se nos propone una película densa, con una trama bien estructurada donde como síntesis de la historia se plantea la persecución de una utopía y la obtención de un fracaso total. Kinski caracteriza físicamente a un Aguirre nudoso, algo encorvado, que no se libera de su armadura a lo largo de toda la película, con una dureza extrema en su mirada.

El actor encarna a un Lope de Aguirre recio, paranoico e intrigante, que siembra dudas y va marcándose el camino hacia el triunfo, camino que nunca llegará a transitar.
A partir de un determinado punto en la expedición, Pizarro decide separar a su grupo y enviar una avanzadilla río abajo en busca de posibles peligros y como grumetes para avizorar las fronteras del añorado Dorado.

Esta subexpedición será encabezada por Pedro de Ursúa, (Ruy Guerra, codirector del film, director brasileño de, entre otras películas O cavalo de Oxumaré, 1960), quien a su vez es acompañado por doña Inés, la bella Helena Rojo (Misterio, 1980), antes de convertirse en la Helena Rojo de las telenovelas mexicanas. Como segundo capataz y experto militar irá Lope de Aguirre. Nada más salir esta expedición Aguirre toma los mandos subrepticiamente.
El jefe sigue siendo Ursúa, pero las órdenes las da Don Lope. Órdenes que pasan por asesinar a todo aquel que suponga un lastre o que difiera de la perspectiva del propio Aguirre.

Sin embargo Herzog utiliza un recurso muy propicio, la mano ejecutora de Aguirre, agarra continuamente la espada enfundada, no es la suya propia, sino que utiliza la de su esbirro Perucho, Daniel Ades (Cold heaven, 1991).

Éste, buen entendedor y perro fiel de su amo, ejecuta las órdenes de aquel, la mayoría de veces asesinatos encubiertos, no sin antes lanzar un aviso a navegantes: Perucho tararea una canción antes de ejecutar. La, la la, la, la, la, a baja voz. El uso de este recurso hace crear una gran expectación y una tensión escénica muy propicia.
Cuando ya la tropa está sublevada, y destituido el comandante de la expedición, Aguirre, ayudado por el padre clérigo juzga a Ursúa y lo encadena, preparándolo para la muerte, y astutamente corona emperador de las Indias al expedicionario de mayor nobleza entre ellos, don Fernando de Guzmán, así se libera de tener que juzgar por si mismo, dejando las culpas en manos de un monigote cobarde cegado por el brillo de un oro que aún no han descubierto.

La expedición continúa río abajo, en una especie de temeroso viaje iniciático en busca de lo desconocido, precedidos por un silencio atronador, y con el agua amenazante de un manso río que lentamente los va conduciendo hacia la muerte, personalizada en las flechas de unos indios que apenas se ven por las orillas pero que dejan sentir su presencia con sus lanzas.

El viaje de Aguirre hacia la utopía va tomando diferentes perspectivas.
Por un lado, el emperador exige comodidades dignas de su rango cuando ni siquiera hay agua potable para tomar, convencido de que debe ser homenajeado con los honores de rey.
Por otro lado Inés decide acabar con sus sufrimiento de viuda lanzándose hacia la muerte, como una suerte de Alfonsina introduciéndose en la selva ignota. Flores de Aguirre (Cecilia Rivera), la hija del conquistador, sufre en silencio los rigores de la actitud de su padre y ve como su existencia ha terminado desde que la ambición ciega de aquel los conduce al abismo.

El cura (Del Negro), representante de la iglesia más rancia de la edad media o de principios del renacimiento europeo, se pone del lado de los más fuertes, con un único objetivo, llegar a El Dorado y convencer a todos los que encuentra a su paso de la verdad del evangelio, pero no lo hace por principios cristianos, sino para hacer valer una vez más la evidencia del poder. Aquí cada uno quiere engrosar sus propias arcas.

 Cuando ya no queda nadie, cuando la muerte ha acabado con la expedición, Aguirre, la cólera de Dios, sobre su balsa llena de monos eleva un monólogo donde, atrapado ya por la locura explícita, esboza el nacimiento de una nueva raza, guiño de Herzog a los fascismos, salida de su matrimonio con su propia hija, ya muerta por una flecha asesina.
Aguirre, ajeno a todo lo que había sucedido sigue pensando en que él superará a todos los hombres (poniendo como ejemplo de máximum a Hernán Cortés) y a todas las divinidades y se convertirá en el único ser sobre la tierra digno de alabanza. Herzog utiliza en el filme al río como conductor y como personaje importantísimo en la trama del guión, primero sirve de ayuda para escapar en busca de un mundo-otro, y luego es verdugo implacable de los que osaron adentrarse en busca de aquella utopía.

La última secuencia de la película, el travelling circular en el agua nos trae evocaciones más modernas de Apocalypse Now (1979), donde Coppola usa también el río como arma, como personaje y como desenlace, pero eso es otra historia... por J. Leoncio González