sábado, 14 de noviembre de 2009

ANTONI TAPIES


ANTONI TAPIES
La figura de Antoni Tapies pertenece a la primera generación de artistas modernos que, concretamente en Cataluña, pero en general en toda España, desarrollan su carrera después de la Guerra Civil. Nacido en Barcelona en 1923 de una familia burguesa de tradición catalanista, Tapies pronto se da cuenta de que antes de la guerra Barcelona había sido un centro pujante de la cultura de vanguardia, hasta el punto de que sus años de formación bien pueden entenderse como la reconstrucción de los vestigios de esa memoria que el franquismo de posguerra había intentado borrar.


Tapies no podrá acabar sus estudios de bachillerato hasta después de finalizada la contienda. De salud quebradiza, una grave enfermedad pulmonar le lleva a pasar una larga convalecencia en un sanatorio de Puig d'Olena en 1942. Aunque no puede dibujar, lee profusamente a Nietzsche, Unamuno y Dostoievsky, entre otros, y comienza a interesarse por el pensamiento hindú, primer síntoma de la influencia que el arte y la filosofía orientales especialmente el budismo Zen van a tener sobre toda su obra. El ambiente familiar estimuló su afición a la lectura y la música sobre todo los románticos y Wagner, pero su padre no tomó en serio la posibilidad de que su hijo se dedicara profesionalmente a la pintura, por lo que comenzó a estudiar Derecho. En 1943 una crisis de asfixia.le provoca "la visión de mi cuerpo por dentro, pero como si el mundo entero estuviera contenido en él"; en muchas ocasiones se ha referido Tapies a la importancia de esa visión como reveladora de una realidad contemplada en términos distintos a los de la percepción cotidiana, precisamente el ámbito del que se ocupará su pintura.


A mediados de los años cuarenta, Tapies comienza a hacer dibujos y pinturas -a menudo autorretratos siniestros, de aire muy existencialista- y algunos collages con cuerdas y cartones en los que se reconoce la impronta del surrealismo. Su primera referencia en ese sentido será el número extraordinario de la Navidad de 1934 de la revista D'Ací i d'Allá, que pudo hojear en su adolescencia antes de la guerra. La lectura
de Sartre y Heidegger -a menudo en ediciones clandestinas realizadas a multicopista- le impregna del existencialismo dominante entonces en la cultura europea. En 1948 expone por vez primera en público en el Salón de Octubre de Barcelona y, por esos mismos años, traba relación con una serie de artistas e intelectuales empeñados en mantener viva la llama del legado vanguardista que se reunían en una taberna del barrio de Gràcia llamada "La Campana". Entre ellos destacan las figuras de Joan Brossa, un
poeta muy vinculado a las artes plásticas a través de la práctica de la poesía objetual y otros géneros alternativos, y Joan Prats, coleccionista y hombre ligado a esa tradición de la vanguardia catalana. Precisamente a través de Prats, Tapies conoce a Miró en 1949, soldando de alguna forma la grieta entre generaciones que había abierto el aislacionismo franquista.


En este ambiente se fundó, en 1948, la revista Dau al Set, en la que además de Tapies participaron Brossa, Modest Cuixart, Joan Josep Tharrats y Arnau Puig.











Todos ellos compartían cierta inclinación surrealista, y mantuvieron hasta 1951 uno de los primeros intentos organizados de aglutinar la actividad artística de vanguardia en toda España después de la guerra. Durante este tiempo, la obra de Tapies acusa esa influencia del surrealismo literario en cuadros de factura más lisa y temática onírica y crepuscular, como El escamoteo de Wotan o Pasto, ambos de 1950. Ese mismo año celebra su primera exposición individual en las Galeries Laietanes de Barcelona y obtiene una beca del Instituto Francés para viajar a París, donde conoce a Picasso en 1951. Con la nueva década, la obra de Tapies se consolida en 1952 expone de nuevo en Barcelona, Madrid y en la Bienal de Venecia; la galerista Martha Jackson le organiza otra muestra en Nueva York, adonde viajará con ese motivo, y su nombre empieza a sonar en el panorama internacional. El franquismo, hostil al arte moderno en el interior, intenta adecentar su imagen exterior permitiendo la promoción de artistas españoles de vanguardia en los certámenes internacionales de Venecia y sao Paulo. Además, en 1953, Tapies se casa con Teresa Barba, y la estabilidad emocional parece traducirse de también en su obra, que, abandonando el rastro surrealista, se instala en ese peculiar lenguaje de investigación de la materia, el signo y la presencia de los objetos trascendidos. Su amistad con el crítico Michel Tapié, principal valedor del informalismo europeo en esos años, hace que la pintura de Tapies sea asociada en general con esa tendencia, de la que, en todo caso, representa una variante muy particular.


Cualquier revisión de la figura de Tapies no puede prescindir de su compromiso cívico con la causa catalanista:, así como con las ideas progresistas de la oposición política al franquismo. No sólo algunos de sus cuadros y carteles dan testimonio de ello, sino también su participación en actos como la reunión de intelectuales en el Convento de los Capuchinos de Sarriá en 1966 o el encierro en Montserrat en protesta por el proceso de Burgos en 1970, que le llevaron incluso a ser detenido y encarcelado durante un breve periodo. Su obra adquiere cada vez mayor prestigio internacional, al tiempo que su firma se hace habitual en la prensa con textos de gran interés acerca del arte, recogidos luego en libros como La práctica del arte (1970) o El arte contra la
estética (1974), a los que se suma su autobiografía, publicada en 1978. La idea del arte como amplificador de la conciencia y como instrumento humanista y social que preside toda su obra se plasma en la apertura de la Fundación Antoni Tapies en 1991, que se ha convertido en un activo centro de cultura contemporánea en Barcelona. Las exposiciones retrospectivas de 1994 y 1995 en el Jeu de Paume de París y el Guggenheim de Nueva York no han hecho sino reafirmar el valor su obra como una de las más importantes del arte moderno de la segunda mitad del siglo XX.